Es, de nuevo, Viernes Santo. Hoy, de nuevo, como hace dos mil años, como desde que este mundo de locos fue creado, sigue muriendo gente en la cruz. No pasarán a la historia, no llenarán el mundo de ilusiones, de mensajes reveladores, de iglesias que se apoderan de un mensaje que no es suyo y lo tergiversan como les interesa. No cambiarán el mundo, no harán que nadie se arrodille ante ellos y nadie se acordará de quién está enterrado en ese lugar o a quién se comieron los buitres. Pero irán pesando en nuestra conciencia de personas que vivimos en el mundo acomodado, irán pesando en el alma de todos los que nos damos golpes en el pecho en una iglesia sin mover un dedo, irán pesando en el ánimo de los que piensan y sienten diferente.
Es viernes santo de nuevo, un viernes santo sin mayúsculas y sin repercusión alguna en los medios. Es un viernes santo atípico, lleno de una nada turbadora. Es un viernes santo que recuerda mucho al Viernes Santo que llenamos de boato y procesiones; es el viernes de la Cruz, el viernes en el que Dios mismo cargó con un madero y lo subió por la montaña mientras todos miraban y sólo el Cirineo le echaba una mano, es el viernes en el que se desgarró el velo del templo cuando expiró. Es Viernes de nuevo: miles de muertos por bombas, muertos por minas "antipersonas" (cuánta maldad ya en el nombre...) y muertos por falta de un agua que nosotros nos atrevemos a derrochar, muertos por hambre, muertos, muertos, muertos, muertos, muertos...
Y hoy celebraremos que se acabó, que Jesús ganó a la Cruz, que resucitó, que nos llenó de esperanza. Y volveremos a olvidarnos de que antes de esa resurrección que cambió la historia hubo y seguirá habiendo miles de Viernes Santos.
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