El otro día tuve la suerte de conocer, de primera mano, la historia de la madre de uno de mis niños y me apetece no olvidar...
Ella es joven, no pasa de los 40 (el niño tiene 10), y está enferma desde hace 7 con esa plaga que se está llevando a tanta gente de calle: el cáncer. No sé cómo empezó, pero sí sé que lleva ya muchas operaciones encima y demasiadas sesiones de quimioterapia. Y sigue luchando, aunque esté hasta los huevos, como ella misma dice, pero sigue luchando por su hijo, porque no puede dejarle tirado. Pero él sabe que las cosas no van bien y lleva en tratamiento psiquiátrico mucho tiempo, aunque ahora están intentando quitárselo por ver si puede seguir solo.
Lo emocionante de la historia es ver cómo esta señora sigue adelante y cómo el padre dice que sólo le importa el niño y que esté junto a su madre el mayor tiempo posible. Me emocionaron sus palabras, también, sobre mi cuando me dijo: "se me abrió el cielo al verte y oírte hablar", quizá porque en mi primera reunión con todos los padres les dije que no me importan tanto las matemáticas como su felicidad, como dotarles de recursos y estrategias para afrontar una vida cada vez más perra (y si no que le pregunten a esa familia).
Me parte el alma pensar en esa mujer en apariencia tan fuerte metida días y días en la cama porque no aguanta el dolor a pesar de llevar una bomba en la columna vertebral que le va soltando "el chute" y, sobre todo, me duele ver a un niño que no es capaz de entender nada de lo que le está pasando. Pero yo no sé qué hacer con ellos y me siento tan pequeña...
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