Tengo mi vida cada vez más protegida por contraseñas que voy olvidando por los caminos. Menos seguridad y más piel debería ser la consigna por la que entregarnos a esta misteriosa carrera que se llama vida. Menos seguridades, para afrontar la vida como quien abre un regalo. Más piel, para poder disfrutar de los que tenemos a nuestro alrededor sin reservas, poderles abrazar y sentir que, a pesar de las mil diferencias, todos luchamos (o deberíamos hacerlo) por lo mismo.
Pero a cambio, lejos de la piel, nos encerramos tras pantallas de ordenador y carreras de coches. Lejos de abrir los ojos al mundo que cada día aparece, nos cerramos tras contraseñas de números y letras mayúsculas y minúsculas para que nadie, ni aquellos que queremos, pueda entrar a "nuestra privacidad".
No quiero mi privacidad con aquellos a quien quiero. No al menos la falsa privacidad de quien tiene algo que esconder. Quiero mi rinconcito, mi momento de silencio, de serenidad, de calma, de Dios. Pero no quiero vivir escondida ni verme reducida a letras y números que esconden quien soy.
Soy yo. Cristina. La de siempre. Sin contraseñas.