domingo, agosto 23, 2009

Irlanda

Con la música de Brotes de Oliva de fondo (una buena forma de rezar cuando no hay palabras para hacerlo) pensaba en cómo han ido los siete días que he estado por Irlanda. Lo cierto es que quitando el cansancio que me hace pensar que me estoy haciendo mayor, no puedo quitarme de la cabeza cómo Dublin cambió mi vida, cómo aquello que viví allí ayudó, en gran manera, a dar la forma a la Cristina que, por ejemplo, hoy escribe este blog.
Fui con Javi a Dublin, quería que descubriese de mi mano aquella ciudad mágica y yo quería descubir, también junto a él, que aquello era mucho más que recuerdos. Por eso fuimos a ver a Michael y a Mabel, mi familia (no quiero poner comillas) irlandesa. Vale, mi inglés no es ni la sombra de lo que era, pero mi sentimiento allí, mis ganas de volver, de vivirlo al máximo no han cambiado lo más mínimo sino al contrario.
Dublin sigue sin apenas nada que ver pero con todo por vivir: sus gentes, sus cervezas, sus calles, sus tiendas... Todo eso hace que Dublin, el Dublin gris y frío, siga haciendo que tenga ganas de volver de nuevo.