sábado, agosto 21, 2010

eMail enviado y nunca recibido...

De vez en cuando no puedo evitar la nostalgia y las preguntas. Nos debemos una llamada, una conversación, un café.

No sé el cuándo, pero sí el cómo: mirándonos a los ojos y con el corazón en la mano. Creo que tengo que cerrar tu puerta pero no puedo; tu recuerdo sigue en medio...

Mi teléfono sigue siendo el mismo, aunque ya no suelo tenerlo encendido a las cinco de la mañana...

--- ¿Por qué duele tanto que alguien se marche sin despedirse, que no vuelva a cogerte el teléfono y que desaparezca de ese mapa que decidisteis hacer juntos? Cómo me grita tu silencio... ---

martes, julio 13, 2010

El gran día (¿?)

Mañana llegan las despedidas en Burgos. Cierre de una etapa a la espera de que, la que se abra, esté llena de grandes cosas también. Ahora me puede la impaciencia de una casa a medio hacer (por ser amable) y los nervios por empezar en un sitio nuevo. Y la pena. Dejar mi casa, mi ciudad, mi comunidad, mi sitio... y empezar a ser, de nuevo, aquí.

martes, julio 06, 2010

¿Hijos?

Dicen que los hijos duelen mucho. Yo me pregunto cuánto más que los sobrinos y si, en caso de que Dios quiera que yo tenga mis niños, podré soportar el dolor.


domingo, abril 11, 2010

lunes, marzo 29, 2010

¿Dios?

¿En nombre de qué mierda de Dios tiene el hombre derecho a poner bombas, abusar de niños o hacer barrabasadas?

Eso no es Dios. Ese no es Dios.

jueves, marzo 11, 2010

miércoles, marzo 10, 2010

Contraseñas

Tengo mi vida cada vez más protegida por contraseñas que voy olvidando por los caminos. Menos seguridad y más piel debería ser la consigna por la que entregarnos a esta misteriosa carrera que se llama vida. Menos seguridades, para afrontar la vida como quien abre un regalo. Más piel, para poder disfrutar de los que tenemos a nuestro alrededor sin reservas, poderles abrazar y sentir que, a pesar de las mil diferencias, todos luchamos (o deberíamos hacerlo) por lo mismo.

Pero a cambio, lejos de la piel, nos encerramos tras pantallas de ordenador y carreras de coches. Lejos de abrir los ojos al mundo que cada día aparece, nos cerramos tras contraseñas de números y letras mayúsculas y minúsculas para que nadie, ni aquellos que queremos, pueda entrar a "nuestra privacidad".

No quiero mi privacidad con aquellos a quien quiero. No al menos la falsa privacidad de quien tiene algo que esconder. Quiero mi rinconcito, mi momento de silencio, de serenidad, de calma, de Dios. Pero no quiero vivir escondida ni verme reducida a letras y números que esconden quien soy.

Soy yo. Cristina. La de siempre. Sin contraseñas.